Resumen:

  • Un grupo de mujeres formó South-East Ladies Agro y ya produce cerca de una tonelada anual de frutas y hortalizas.

  • La iniciativa generó ingresos, reforzó la seguridad alimentaria y sumó capacitación agroecológica.

  • Próximo foco: ampliar superficie, asegurar riego y replicar el modelo en otras comunidades costeras.

En agosto de 2020, el encallamiento del carguero MV Wakashio bañó de fuel oil la costa sureste de Mauricio y hundió de golpe los medios de vida de familias enteras ligadas a la pesca. La mancha negra se volvió sinónimo de incertidumbre. De esa herida nació, sin embargo, una respuesta con las manos en la tierra: un grupo de mujeres, encabezado por Sandy Monrose, decidió organizarse y probar suerte en lo que tenían a mano, el suelo. Con apoyo del Agri-Hub de La Vallée de Ferney —que cedió parcelas y brindó formación—, pusieron en marcha South-East Ladies Agro (SELA), una micro-granja agroecológica que hoy abastece hogares y mercados locales con verduras frescas.

El giro no fue inmediato. Primero hubo que aprender a cultivar en pendientes y suelos castigados, diseñar bancales que canalizaran nutrientes y proteger colmenas de lluvias torrenciales. La capacitación en agroecología permitió adoptar rotaciones, compostaje y protección biológica de cultivos. El resultado visible es una producción cercana a una tonelada anual, modesta en volumen pero potente en significado: ingresos más estables, autonomía alimentaria y una red de apoyo entre mujeres que comparten saberes y cuidados. La historia personal se cruza con la colectiva: participantes como Marie Claire Robinson relatan cómo el trabajo compartido les devolvió propósito tras años de pérdidas.

El contexto ambiental recuerda que la recuperación es un proceso largo. Investigaciones posteriores al derrame hallaron trazas persistentes de hidrocarburos en manglares sensibles, lo que añade urgencia a iniciativas que diversifican la economía lejos de la presión sobre el mar. En paralelo, el proyecto suma objetivos de mediano plazo: ampliar la superficie cultivada, instalar riego eficiente y consolidar canales de venta con escuelas y restaurantes. Ferney prevé seguir entrenando agricultoras y regenerar hasta dos hectáreas con prácticas de agroforestería, mientras organizaciones locales documentan la experiencia para que sea replicable en otras comunidades.

Más allá de los números, el caso muestra una transición justa en miniatura: cuando cae una actividad —la pesca artesanal—, otra emerge con identidad propia. El aprendizaje organizativo, la visibilización del trabajo de las mujeres y la producción de alimentos cercanos forman un triángulo que fortalece a la comunidad y reduce vulnerabilidades económicas y climáticas.

No todo renacimiento necesita maquinaria pesada: a veces son semillas, compost y cuadernos de apuntes. La épica aquí es silenciosa; y justamente por eso importa.

Fuentes:

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