Resumen:

  • Un robot llamado Shuang Shuang desfiló por el escenario, saludó y recibió un certificado.

  • El gesto disparó debate sobre espectáculo, ingeniería y legitimidad simbólica.

  • Lo que mirar: de la viralidad a pilotos discretos en espacios de servicio.

El video dura segundos, pero condensa una época. Un humanoide, Shuang Shuang, avanza por el escenario de una graduación, estrecha la mano de un profesor y posa con un diploma. La escena, grabada en la provincia de Fujian, no acredita años de estudio, pero sí demuestra locomoción estable, coordinación de brazos y una interacción social que no desentona ante un auditorio lleno. Los reportes sitúan el acto como un gesto ceremonial de exhibición tecnológica, en línea con una estrategia más amplia de visibilizar la robótica en rituales cotidianos.

El interés real está detrás de cámara. Cada paso del robot implica cerrar lazo de control, compensar microvibraciones, gestionar par motor en articulaciones y calcular trayectorias con suficiente margen para evitar tropiezos. En un escenario con luces, ruido y superficies menos previsibles que un laboratorio, esas tareas ganan dificultad. La elección del evento —una graduación— no es inocente: traduce destreza técnica en una narrativa comprensible para cualquiera, “si puede subir al escenario y saludar, quizá pueda atender a visitantes en un museo o llevar documentos entre oficinas”. Que el diploma sea simbólico no resta; suma una capa de legitimidad social que los prototipos necesitan para salir de la zona de demostración.

La lección es pragmática. La robótica humanoide necesita ganar fuera de YouTube: turnos largos, tareas monótonas, entornos con imprevistos y supervisión ligera. Si estas apariciones públicas ayudan a destrabar pilotos en hospitales, edificios y comercios, habrán cumplido su función. El resto son likes y titulares.

Me interesa menos el diploma que la asistencia perfecta. Cuando los humanoides rindan sin cámara, ese día habrá graduación de verdad.

Fuentes

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