Resumen:
Una cuenta generada por IA, atribuida a un equipo anónimo, acumula más de 160.000 seguidores y logró gran visibilidad con fotos de Wimbledon.
Marcas y agencias miran a estos avatares por su costo predecible y control creativo, mientras crece la preocupación por engaños y desinformación.
Plataformas afinan etiquetas para contenido sintético y revisan la monetización de videos generados por IA; el escrutinio seguirá en alza.
Mia Zelu no es una persona. Es un proyecto de inteligencia artificial convertido en fenómeno de Instagram: rostro impecable, estilismo milimétrico y una narrativa visual que encaja a la perfección con el lenguaje de las redes. La cuenta, gestionada por un equipo que prefiere el anonimato, superó los 160.000 seguidores y dio el salto a la conversación global cuando publicó una serie de imágenes que sugerían una presencia glamorosa en Wimbledon. No estuvo allí. Pero miles lo creyeron. Y ese detalle empujó a muchos a una pregunta básica: ¿qué es “real” en el feed?
La popularidad de Mia no descansa solo en la técnica —modelos generativos cada vez más finos, iluminación creíble, gestos sin “costuras”—, sino en la constancia. A diferencia de las personas, un avatar no se cansa, no improvisa y rara vez se contradice. Para las marcas, esa previsibilidad es un valor: se programan campañas sin sustos, se negocian derechos sin agentes y se controla la imagen al píxel. El costo también atrae: producir sesiones “virtuales” puede resultar más barato y rápido que coordinar un rodaje tradicional con locaciones, permisos y equipos.
El reverso no tarda en aparecer. Cuando una audiencia descubre que la “it girl” de la semana es un render hiperrealista, la confianza se resiente. Hay usuarios que aceptan el juego —la bio de Mia se presenta como digital— y otros que sienten que el truco cruzó la línea. Las plataformas, por su parte, avanzan en etiquetados visibles para contenido sintético y en políticas de monetización más estrictas contra formatos repetitivos o engañosos. La discusión excede a una influencer: afecta campañas políticas, noticias, entretenimiento y la economía de la atención.
También hay un matiz cultural. Los avatares perfectos nos devuelven una imagen higienizada del mundo: sin imperfecciones, sin contradicciones y sin horarios. Es tentador seguir esa ficción cuando se alinea con nuestros deseos aspiracionales. Pero el salto entre “suspender la incredulidad” y “ser inducidos a error” puede ocurrir en un scroll. De ahí que el desafío sea menos técnico que editorial: señalizar lo sintético con claridad, sin demonizar una herramienta que, usada con honestidad, puede ampliar lenguajes creativos.
Mientras tanto, Mia Zelu sigue creciendo. La pregunta no es si habrá más como ella —los habrá—, sino cómo equilibrar la innovación con un pacto de transparencia que no convierta al feed en un terreno opaco. En ese equilibrio se juega la siguiente fase de la economía de creadores: la audiencia tolera la ficción, lo que no tolera es sentirse tomada por tonta.
Que existan influencers-IA no es el problema; el problema es cuando se venden como humanas sin avisar. Si el juego es claro, la audiencia decide. Si es opaco, el engagement de hoy se convierte en desconfianza mañana.
Fuentes: